domingo, 28 de septiembre de 2014

Voz estrangulada.

Sentía parte de su rostro dormido. Sus labios, su barbilla e incluso sus mejillas no eran percibidas como lo haría normalmente, era como si no le perteneciesen.

Sin embargo algo en específico le incomodaba, un músculo entumecido que ya no parecía de importancia para existir.
“Similar a un apéndice”; pensó él.
Con la yema de sus dedos palpó y buscó el elemento de sobra, pronto se dio cuenta de que se hallaba dentro de su boca.
Al encontrar el objeto de su incomodidad y no obtener ninguna reacción de este, decidió que no era más que una molestia y tiró de él.
No sentía dolor, así que tirando y tirando, fue de a poco aflojándolo hasta que se desprendió por completo.
Lo observó durante unos largos segundos: húmedo, ensangrentado, blando como una almohada; cálido.
Aún lo sentía como si no fuera suyo, pero de a poco cayó en cuenta de lo que acababa de hacer.
Se había arrancado la lengua.
El pánico no tardó en invadir su mente y no supo cómo reaccionar. Estaba desesperado, confundido.
En vano intentó ponerla en el lugar al que alguna vez perteneció, rogaba porque esto sucediera, que se arreglara por arte de magia; que se regenerara.
Intento unirla a su cuerpo una y otra vez, lamentablemente ya no había vuelta atrás.
Todo había sido su culpa, sin ninguna emoción fuerte o pensamiento lógico, había perdido su voz. No podía depositar la responsabilidad en nadie más, había actuado por voluntad propia y ahora estaba avergonzado. Se sentía desnudo, estúpido.
Dejó el músculo inerte en el interior de su boca, entre su mejilla y sus dientes.
Aunque sabía que no servía de nada llevar peso muerto con él, le asustaba la idea de perder su lengua irrevocablemente.
Caminó por las calles de la capital cabizbajo, ocultándose entre la multitud. Temeroso, preocupado, miraba en todas direcciones y creía que ellos sabían.
Ellos con sus miradas despectivas, de pena algunos y de indiferencia unos otros cuantos.
No sabía si estaba siendo paranoico o podían leer su mente.

Sentía que su rostro despertaba del adormecimiento y en el fondo de su garganta, su voz estrangulada.

Autor: Levemente anónimo.

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