martes, 23 de septiembre de 2014

De vuelta al viento

Sentía en su espalda ese frío que sale del barro. Como  catapultas oxidadas lanzaba  su dolor  al aire, no era que no creía merecer lo que vivía , en ese aspecto siempre fue muy claro, solo que no dejaba de resonar la idea de deshacerse en pequeñas partículas y averiguar hasta donde se llega. Es que ya hace un tiempo venia pensando en lo que pasa con las hojas en otoño , como es sabido esa es época de bufandas, libros y hojas secas, hojas secas que por su condición se despiden del árbol y viajan por el aire teniendo una fluida conversación con la señora Gravedad en el camino. Hojas secas que al llegar al suelo solo  descansan y  se entregan a lo que venga, y  entonces llegan los niños corriendo, la bicicleta roja y el caballero de chaqueta Étoffes, pasan la calle para llegar a la hora al doctor. Y ahí quedan las hojas , tan masacradas que se necesitaría contratar más de treinta lloronas para darle un velorio digno, un velorio que  por cierto sería una desagradable morbosidad por tener al finado ahí metido en un cajón con los restos apilados en un intento de reconstruirlo. Quedan fragmentadas en finitas partes y se vuelven a entregar a la historia y es entonces que ahora pasa un grupo de amigas enfermas de hipo o una abuela de descendencia maya y los restos de las hojas se desintegran más y más. Una vez ocurrida la masacre solo falta una cosa, el viento, todo queda en una inestable incertidumbre a la espera de cualquier brisa de viento, con cualquier mínimo soplido todo se lanza al viento, los restos se desprenden en distintas direcciones sin criterio alguno, suspendidos por el vacío esta vez se despiden apresurados de Gravedad y emprenden un viaje al desconocido fin. Claro!, todos caminan tranquilos por ahí ,no descarto casos de angustia o culpa, pisando y pisando hojas secas tiradas en la vereda, pero nadie se preocupa de a dónde van a parar estas.
Acostado en la alfombra de terciopelo el sonido se hallaba implacable. De ese sonido que solo encuentras en el mayor de los silencios, que viene del fondo cerrado, oscuro y estrecho. A ojos abiertos la oscuridad era total, en ese cuarto solo había espacio en su cabeza. Y todo era pensar en esa ráfaga de viento de hojas secas, como daba giros en el aire y generaba melodías de esas que enamoran al instante. Pero donde, donde era que terminaban todos esos restos, acaso en un país del sudeste asiático?,  en una novela de Octave Mirbeau? o  en alguna telaraña abandonada?, era todo tan factible como no, la idea era escalofriante y lo hacía perderse en el más profundo de sí mismo . Poco a poco se comenzó a desvanecer en pausa, silencio, y el vacío reinó. Ya sin buscar respuesta alguna solo descasaba y se entregaba a lo que viniera. Y vino un sonido de afuera, campanas, una leve sucesión de timbres distintos, como agitados por una mano suave y delicada. Le estaban susurrando al oído. Se paró en medio de la oscuridad y emprendió pasos como flotando en el cuarto. Avanzaba dócil y lentamente a la puerta, las campanas continuaban meciéndose y de a poco empezaron a temblar los vidrios, se comenzaba a sentir un chillido que se iba incrementando. Dos, tres pasos y toco la puerta con la punta de sus dedos, deslizándolos bajos en busca de la manilla y la apretó poniendo dedo por dedo. El ruido empezaba a hacer vibras sus muslos y el ventanas temblaban aún más fuerte. Giro la muñeca y abrió la puerta. Fue un disparo de luz encandilante  y alivio que en un segundo llenó toda la casa de un resplandor. Era un viento muy fuerte el que corría, era una fuerza desgarradora e incontrolable, era todo muy claro, solo había que saltar al viento para descubrir donde iban las hojas.

Autor: Wolframio

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