lunes, 29 de septiembre de 2014

Sonrisa del viento

La sonrisa del viento se acentúa con tu voz.
La paz, cada vez más inerte, desconoce mi ubicación.
¿Qué es la que oculta esa piel de jabón?
Ahora alego un camino de dos.

Engañas con tus ojos, distorsionas mi realidad.
Tu luz en mí sólo genera oscuridad.
Rompes mis ideales como si fueran de papel,
lo peor es que me gusta, ¿Qué más le puedo hacer?

Luz, dolor, cubren toda mi faz,
temor, tiemblo, ¿Dónde has de estar?
Te busco y no encuentro, ¿Dónde he de quedar?
Todas esas sonrisas ya se han ido con el mar.

Autor:Tatá

Nube

Como estrella en el cielo, luz cegadora
Brilla tu ausencia en mi ventana,
en mi puerta, en mi alma.

En antaño luz, en presente fuego;
vida en carne, mar y truenos.

Duermen tus ojos éste día,
descansa nuestra alma muerta.
Benditos sean los que lloran, los que ríen, 
los que añoran, los que aman, los que lloran.

Negra es la flor que me entregaste,
maldita y dolorosa.
Negros son los llantos que del cielo caen, del cielo vienen, del cielo mueren.

Nube linda, yo te miro.
Abrigo fuiste en el mañana
¿Qué será de mi camino?
Qué se yo, no se nada.

Autor: Tatá

Vacío

Oscura, oscura es tu presencia, que casi inerte, no se presenta por aquí.
Oscuros, oscuros son los días que pasan como sombras de muertos.
Dime, ¿Cuándo fue que la luz radiante de tu clara y cálida sonrisa, se transformó en una oscuridad sin brillo; reinada por las nubes negras?
Tal vez fui yo, el que con un soplido destrozó cada grano de esperanza en tu miserable entender,
¡Dímelo!, ¿Qué sentías por mí? 

El tren de la lluvia, a punto de salir, exclama con fervor el que tú eres su única pasajera, una pasajera que va a un viaje sin retorno,
a un lugar remoto, a una negra sociedad.

Aún recuerdo cuando nuestras sombras se enredaban cual nudo, y bailaban como si la luz se apiadase de ellas,
cuando las manzanas podían oír el canto del viento aún calmado y tranquilo, 
cuando, aún, tus labios de frutilla se conectaban con mi aura, que ahora ahogada ya ni puede conectarse nada más que con su adicción.

En un acto fugaz escribo lo primero que se me viene a la mente, y con estas palabras mi silencio rotundo es inminente, "Soy el vacío, una hoja sin escribir".

Autor: Tatá.

Canto

Cantan tus ojos en mi ventana,
día a día los aprecio allí.
¿Cantan mis ojos en tu ventana?
¿Cantarías tú por mí?

Autor: Tatá.

domingo, 28 de septiembre de 2014

¿Quién sabe?

Te tengo una pregunta

Quisiera saber si lo sabes.

Pero ¿Cómo saberlo?

¿Cómo saber si lo sabes...o no lo sabes?

¿Cómo saber si todos lo saben, o nadie lo sabe?

Y cuando se supone que lo sabes, ¿Cómo lo sabes?

Alguien te dice que lo sabes,

o quizá no.

Quizá algo aparece, y así lo sabes.

Puede que algo cambie y entonces ahí si que lo sabes.

Pero que pasa si nada de esto pasa,

¿Cómo lo sabrás?

Quizá nunca sabrás lo que pasa,

pero de algún modo lo sabes,

sabes que algo paso ,

que alguien cambio,

o que TODO cambio.

Pero como saberlo.

Quizá....

Quizá no se supone que sepamos.

Quizá nuestro trabajo sea ese.

Hacer las cosas, sin saber lo que hacemos.

O quizá lo sabemos,

Y lo pensamos un millón de veces al día,

Pero lo sabemos.

Si sospecharlo nunca.

Sin saberlo nunca.

Pero... ¿Cuánto tiempo sabremos sin realmente saber?

Autor: CHIO

Fortissimo.

Cuando el león, célebre mensajero de dios, despertaba desesperado por una serpiente

interior, empezaron a sonar los tambores palpitando de forma Adaggio. Paso a tam, paso a 

tum, ahogado en el ritmo, busca en las huellas del viento algún corazón devoto dispuesto a 

sacrificarse por él. A lo que los violines empezaban a turbar las hojas hasta hacerlas crujir, el 

león iba limando su colmillo con intrínseco apetito, perfecta ecolocación innata hasta que, 

como palo de agua, hunde sus dientes en cascada en el cuello de la gacela, festín en re menor 

de sangre, ocaso otoñal perpetuo, histórico yaraví en si tragedia.

Las soprano lloran majestuosamente entre 3 y 4 octavas desde sus volcánicos senos redondos 

para reclamar al cielo quien, como última instancia vital, les responde con una sucesión de 

semifusas al corazón.

Llegan más leones y se reparten los muslos, el lomo, se adueñan de sus noches y de sus 

instintos. La orquestra sabe lo que se avecina, lo huele, y ragtime en el piano, desesperados 

los violines, en escape constante los timbales, se lamentan y suenan perdón. Pero Dios no 

escucha, tal vez porque vive en otro cielo, tal vez porque no hay música en los avernos.

Se agitan los timbales, se prepara la repetición musical. No bastaban simples aleteos sonoros 

para trucar a la muerte. El pianista rueda en el piso, borbotea su sangre, abismo de rosas. La 

orquestra no se resigna. Prisioneros en su melodía, réquiem de su desesperación, temen entre 

andante y allegro. Súbitamente suena un do, que qué pasa, el do no concuerda con la escala 

de mi menor, es que las soprano, no, ya no importa, sálvense los violines en su soledad. Pero 

se ignora si uno sigue tocando, como la vida tal vez, no se sabe si se vive, la música no nos vela 

en la muerte. 

Con la lentitud del alba la orquestra se fue apagando. Ya solo quedan los tambores quienes 

apretándose el corazón simulan cabalgata hacia el horizonte, escapando del día y los 

tormentos nocturnos sin sospechar acaso la omnipresencia decrépita de la noche. Se huele el 

rojo trágico, se oyen el fin de los días. Ni Chopin ni Bach se atrevieron a arreglar los gritos de la 

muerte. Ya apenas se escucha un llanto sincopado. Este apenas tiene color ni ritmo.

Autor: Nicolás Maturana
La luna se hallaba en nosotros. Nos escondíamos entre caricias, intentando 

burlar el tiempo, entre la fatalidad del ayer y la incertidumbre de algún otro 

cielo. Resolvimos rápidamente nuestras heridas y en escasos suspiros 

supimos refugiarnos en la sombra del otro, irradiar espejismos, coincidir 

pasados, mientras que trágicas comedias seguían tejiéndose más y más.

Te alcancé y te percibí triste, lejos ya del alba que estiraba su mano 

vanamente con tal de hacernos renacer, una vez más. Y mientras te 

alcanzaba, mientras tanto te miraba, tú existías, ahí. 

Pasaron varios cafés desde entonces y sigo reconociendo tus pasiones 

cuando suceden las penurias nocturnas del lobo. Bajo esa luna donde te 

viví, te vestí y las costas de nostalgia amenazan eternas. El afecto se me 

hace interminable, invocándonos a todos, queriendo ser más que un adiós.

De repente te miro y se deslumbran las miradas, porque nos conocemos, 

porque conozco el mapa de tus labios mientras que conoces los recitales 

de mis aires. Y de conocernos demasiado, huimos, lejos del saber, de la 

existencia y de comprendernos cuando tal vez ahí estábamos, tan certeros, 

tan invencibles, tan imposibles.

¿De qué maldición nos salvamos?

Autor: Nicolás Maturana