lunes, 22 de septiembre de 2014

La mañana del apagón torrencial.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me di cuenta, de que ya no estoy sentado en aquella 

banca del gigantesco parque Misori Laurence?, la verdad, ¿Dónde me encuentro? Se 

preguntaba una y otra vez el respetado y trabajador señor Tranquelensti, mientras su 

imaginación volaba por la inmensidad de brisas marinas que cruzaban el nostálgico balcón de 

sus recuerdos pasados, los cuales ya no podía presenciar en carne viva, ni discernir a plena 

vista, Se cuestionaba. 

¿Mi vida ha sido un engaño?, ¿Nuestra vida ha sido un engaño?, ¿O qué?, tan solo una 

mentira piadosa, en respuesta a mis compromisos con la humanidad en nuestra civilización de 

hoy en día, es como decir que lo que conocemos como principal y primordial era tan solo una

música de fondo en una obra teatral con un contenido político fuerte y crítico. 

A que me refiero con esto. Desde el momento en que me senté en esta sucia y roñosa banca,

que por no ser más roñosa si era más acogedora que las otras bancas del enorme y 

remodelado parque, ya que era la única que se conservaba intacta desde hace mucho tiempo, 

por lo que todavía no levitaba y se mantenía bien pegada al sementó sobre sus cuatro pastas 

que la sostenían, pero Bueno, no vamos a entrar en detalle. Regresando a aquel momento 

tan cotidiano y estable de ese exacto momento, en que mi cuerpo lleno de ansias de reposar 

la colación de las diez y treinta se inclina hacia atrás preparándose para el prolongado suspiro,

que acompaña a un cariñoso bostezo, el que acaricia todos los rincones de mi cuerpo, 

buscando pensamientos estresantes que desalojar y al fin, le da paso a la tranquilidad de un 

descanso lleno de plenitud, como es costumbre de cualquier día de la semana a esa hora.

Pero esta vez, todo se dio vuelta y sin dar aviso previo ni silencio desconcertante.

Siempre era lo mismo, cruzar la avenida Misori Laurence, saliendo de la empresa textil Misori 

Laurence, en dirección a los aposentos de la merienda y el olvido momentáneo de las 

responsabilidades tan agotadoras, pero que por supuesto, traen las recompensas claro está,

aquellas que tanto necesitamos y como era costumbre esperaba con ansias la llegada del fin 

de mes.

Como les iba contando, todo era normal, pero no se mantuvo así. Me paso que mucho tiempo 

después del suceso me preguntaba a mí mismo si lo que paso aquel día fue una treta del

destino para hacerme ver algo a mí, o quizás fue para todos igual, pero en distintas 

posiciones. Lo único concreto que se es que ese día todo cambiaria en mí, todo punto de vista 

y perspectiva posible tanto imaginable y predecible como nunca conocidos.

En el momento en que solté mis músculos y me deje ir hacia el viejo y olvidado asiento, la 

atmosfera se transformó de manera tenebrosa y radical. Tenía la sensación de que todo se 

movía en cámara lenta y cada pequeño milímetro que se va moviendo mi cuerpo era una 

eternidad en la guarida de los rufianes más peligrosos existentes, ósea me aventuraba sin 

disposición a mares desconocidos, pero con el claro presentimiento de peligro, era como entrar 

al triangulo de las bermudas y saber que mi pequeño e insignificante barco desaparecería en 

la odisea del desafortunado. A esto se le agrego la desagradable noticia de que la presión en 

mis oídos aumentaba más y más con el paso de los eternos segundos que sin piedad 

arrasaban con la concepción de la señora cordura a la cual me intentaba aferrar como un loco 

enamorado, despavorido, desesperado, histérico e inundado de la salvaje desesperación, de 

no querer soltar el amor traicionero de la vida como la conocemos, aferrándose con las 

mugrientas y ennegrecidas garras de él no entender nada. Pero de alguna manera entendía

que pronto desaparecería tanto ella como mi duda y yo quedaría como un teléfono público al 

cual se dejó sin colgar, uno que marca un repetitivo sonido de espera, valga la redundancia 

claro, esperando que alguien o lo cuelgue de una vez, o marque algún número, para así 

cumplir su función habitual .

¿Qué ha pasado?, ¿Dónde están todos?, fue lo primero que me pregunte y que se repitió por

un amplio momento de dudas que me perturbaban. Pero no había respuesta alguna, ni mía, ni 

de nadie. 

Estaba sentado al borde de un abismo existencial, en soledad plena, lanzándole piedras a la 

laguna mental que detenía el flujo paralizado de mis antiguos sentimientos, los cuales en 

alguna manera me recordaban lo que era sentir afecto por la demás gente y por este mundo 

existente en el que nos visualizamos a diario. Mi visión ahora era neutra y objetiva pero por 

supuesto, sin esa pasión y emoción reconfortante en la que nos apoyamos frecuentemente. Lo 

que no quería decir que me sintiera mal ya que no habían extremos, ni altos ni bajos, ni 

izquierda y derecha, ni bueno y malo ni nada de eso. 

¿Por qué deje de querer a la gente?, ¿Por qué deje de lado el bondadoso y cálido abrazo del 

afecto?, que las situaciones de esta vida me entregaban, no era que me importara, pero me lo 

volvía a preguntar sin obtener resultado hasta que de repente algo rompió con mis 

interminables conversaciones internas. A lo lejos comenzaba a divisar una persona, la cual 

caminaba sola, parecía estar perdida, triste y llorando, de la cual no podía distinguir sexo 

alguno a pesar de que estuviera completamente desnuda como asemejaba. La persona aquella 

me hacía entrar en un estado desagradable ya que me trasmitía una sensación de abandono y 

preocupación por algo que ya no podía comprender, pero intente no preocuparme. En el 

momento que desvié mi vista de aquel ente me di cuenta de que ya no era solo uno, sino que 

eran miles de millones los personajes llorones que divisaba a lo lejos. Caminando unos para un 

lado y otros para el otro sin tiempo ni espacio definido y con la rara característica de no poder 

verse ni percibirse entre ellos ya que su atención estaba claramente fija en la falta de algo, me 

ilumine de ideas , lo que buscan es lo que les ha quitado esta avalancha sorpresiva de la vida 

la cual nos ha pillado de sorpresa, al fin estoy entendiendo, estaba palpando en mi propio ser 

aquellos complicados planos multidimensionales los cuales se caracterizaban por ser más 

difíciles de entender que los jeroglíficos más antiguos de lo más hondo en la inmensa historia 

universal asa que exclame a toda voz.

¡Hey!, escuchen, ¿acaso se volvieron locos?, ¿Acaso perdieron su norte?, vino un gran oleaje 

inesperado he hiso que sus embarcaciones las cuales aparentaban tanta seguridad se 

hundieran con facilidad en lo más hondo de este profundo y obscuro océano que lleva consigo 

el reflejo de un acusador espejo, del cual todavía ni se enteran.

Nadie respondió, asique decidí ya no hablar más. Estaba tan tranquilo a pesar de haberme 

agitado, veía toda esa muchedumbre de zombis prisioneros de su propia pena y yo aquí 

afuera. Están encadenados a los lujos que para ellos se volvieron necesidades, son drogadictos 

desesperados por su dosis diaria de comodidad que ya no los deja de atormentar ahora en su 

ausencia.

En ese instante la reflexión de un nuevo, tranquilo y analítico señor Tranquelensti fue 

interrumpida, debido a que una enorme y majestuosa ave luminosa paso por encima de su 

cabeza, la observo mientras se alejaba, volaba haciendo piruetas y jugando por el infinito 

espacio de esta realidad des dimensionada, mientras iba perdiendo su forma y de a poco se 

transformaba en tan solo un una aparición luminosa sin forma, la cual lo atraía y le llamaba 

todos sus sentidos poniéndole de punta los pelos.

Eso fue lo que le dio el impulso para despertar y pararse de la ya deteriorada pero clásica 

banca, del ya no importante y olvidado parque Misori Laurence ya que esa era su señal de 

partida, todo eso ya no era necesario en su vida, todo eso ya no tenía relevancia alguna.

 Era el momento de emprender su verdadera aventura con el intrépido viajero luminoso de los 

cuatro vientos, ya que después de todo ya no era necesario para el volver a la fábrica textil, 

pues ya no era como los demás, era hora de aprovechar el caótico pero libertador apagón 

torrencial, ya no había necesidad de volver atrás.

Autor: Chilly Willy

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