La luna se hallaba en nosotros. Nos escondíamos entre caricias, intentando
burlar el tiempo, entre la fatalidad del ayer y la incertidumbre de algún otro
cielo. Resolvimos rápidamente nuestras heridas y en escasos suspiros
supimos refugiarnos en la sombra del otro, irradiar espejismos, coincidir
pasados, mientras que trágicas comedias seguían tejiéndose más y más.
Te alcancé y te percibí triste, lejos ya del alba que estiraba su mano
vanamente con tal de hacernos renacer, una vez más. Y mientras te
alcanzaba, mientras tanto te miraba, tú existías, ahí.
Pasaron varios cafés desde entonces y sigo reconociendo tus pasiones
cuando suceden las penurias nocturnas del lobo. Bajo esa luna donde te
viví, te vestí y las costas de nostalgia amenazan eternas. El afecto se me
hace interminable, invocándonos a todos, queriendo ser más que un adiós.
De repente te miro y se deslumbran las miradas, porque nos conocemos,
porque conozco el mapa de tus labios mientras que conoces los recitales
de mis aires. Y de conocernos demasiado, huimos, lejos del saber, de la
existencia y de comprendernos cuando tal vez ahí estábamos, tan certeros,
tan invencibles, tan imposibles.
¿De qué maldición nos salvamos?
Autor: Nicolás Maturana
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