domingo, 28 de septiembre de 2014

La luna se hallaba en nosotros. Nos escondíamos entre caricias, intentando 

burlar el tiempo, entre la fatalidad del ayer y la incertidumbre de algún otro 

cielo. Resolvimos rápidamente nuestras heridas y en escasos suspiros 

supimos refugiarnos en la sombra del otro, irradiar espejismos, coincidir 

pasados, mientras que trágicas comedias seguían tejiéndose más y más.

Te alcancé y te percibí triste, lejos ya del alba que estiraba su mano 

vanamente con tal de hacernos renacer, una vez más. Y mientras te 

alcanzaba, mientras tanto te miraba, tú existías, ahí. 

Pasaron varios cafés desde entonces y sigo reconociendo tus pasiones 

cuando suceden las penurias nocturnas del lobo. Bajo esa luna donde te 

viví, te vestí y las costas de nostalgia amenazan eternas. El afecto se me 

hace interminable, invocándonos a todos, queriendo ser más que un adiós.

De repente te miro y se deslumbran las miradas, porque nos conocemos, 

porque conozco el mapa de tus labios mientras que conoces los recitales 

de mis aires. Y de conocernos demasiado, huimos, lejos del saber, de la 

existencia y de comprendernos cuando tal vez ahí estábamos, tan certeros, 

tan invencibles, tan imposibles.

¿De qué maldición nos salvamos?

Autor: Nicolás Maturana

No hay comentarios:

Publicar un comentario