lunes, 22 de septiembre de 2014

Mi café se enfrió

Y ya se enfrió el café —pensó Claudio mientras salía de su casa— y no me lo alcancé a tomar.
Y no miró la hora, porque siempre mira la hora (y la fecha) al tomarse el café.
Iba caminando intranquilo, el hecho de no haberse tomado el café lo molestaba, acomplejaba, y un par de cosas más que no tienen nombre, pero que son y están, y para colmo tenía que llegar a trabajar, a hacer unos informes, esos que lo ponían de mala gana y lo enfermaban, definitivamente él no estaba hecho para eso. era una-especie-de pensamiento que le entraba a la mente —o que más bien agarraba del aire, o de quizá que lugar, y se lo adueñaba— iba pensando en eso cuando se da cuenta de que iba a cruzar —la calle— en luz roja.
Por suerte —sea buena o mala— no cruzó y se salvó de que lo atropellaran.
Él no sabía si prefería eso o lo otro, más bien le daba igual.
Logró llegar al trabajo sin mayores inconvenientes, vio la hora (lo que no había hecho en todo el día) y el reloj le dice —sí, le dice— que son cinco para las ocho. cómo aún le queda tiempo, (¿no que venía atrasado?) va y se compra un diario, a uno de esos vendedores ambulantes esos que son más viejos que la ciudad misma y lo primero que hace es ver la fecha (gran error) y el diario le indica que es sábado tres de marzo, pero estaba lloviendo, ¿cómo iba a ser marzo si llovía? En pleno verano y lloviendo, linda la cosa, ¿no?
Y además era sábado, hoy no había que trabajar ¿por qué había ido entonces?
No importa —pensó— así aproveché de caminar, y mojarme.
Por lo que decidió seguir caminando, sin rumbo, sin escamparse, y, por-sobre-todo, sin rumbo.
Sus pies, o la lluvia, o el viento, o las tres, o sólo dos de ellas lo llevaron a la plaza, no había nadie, por lo que se sentó en la mitad (¿o en el centro?) y se mojó, y se quedo allí, fumando, mojándose, pensado, mojándose, hablando solo, y con la lluvia, y con el tabaco, y mojado hasta la ropa interior.
Escuchó cómo la lluvia le hablaba, porque le hablaba, le decía que la acompañara un rato más, ahí, en la plaza.
"Qué caprichosa que anda la lluvia hoy" pensaba Claudio mientras encendía otro cigarrillo. No se deja de joder, le habla siempre, le cuenta y le dice cosas, al igual que el tabaco, y que todo.
Para que quede claro, las cosas sí le hablan a él, y para él, eso es normal.
Se cansó de escuchar la lluvia ahí sentado, por lo que emprendió camino a casa. Esta vez no lo llevaban, él iba de vuelta a casa, solo pero con compañía de esa lluvia-parlante y su tabaco-parlanchín.
Estaba por cruzar la calle y la lluvia (¿o el tabaco?) le dice “cruzá, que no pasa nada, ni mires la luz esa”, y el —sin pensarlo— cruza… y paf.
Justo en ese momento en que sintió el parachoques del auto rompiéndole algunas costillas y sacándole parte de los intestinos de su lugar y algo de más de vísceras que quedaron irreconocibles en el suelo, se dio cuenta que el simple hecho de no haberse tomado el café le costaría la vida.
Autor: José Daza

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