martes, 23 de septiembre de 2014

Scéal Anam caillte

Mi auto se estacionaba afuera. Corrí, el instinto me empujaba y me veía presa de este.

Sin darme cuenta, el motor se encontraba encendido, mis manos servidoras sobre el 

manubrio y estaba en mi rumbo. Mis manos me conducían hacia un destino incierto. 

Parecía ser que mi cuerpo conocía la senda por memoria, pero mi mente aun después 

de gran esfuerzo no lograba descifrarla. En ese instante, el conocimiento se va de mi de 

forma efímera.

No logro recordar como fue que mis manos siguieron su labor y llegaron al punto exacto, 

pero al momento de despertar, sentí que sabia lo que estaba por pasar. Tuve que 

estacionar mi auto en la entrada al callejón, ya que de todas maneras no había salida 

alguna. Voces empezaron a hablarme, pero no había nadie a mi alrededor. No eran 

claras en absoluto, pero lo que hace un minuto era un inmortal y ensordecedor silencio, 

se había distorsionado. Traté de concentrarme para entender el mensaje que las voces 

entregaban, hasta que una retumbo en mi cabeza. -Encuéntrame - dijo una voz masculina 

suavemente, una que había escuchado antes. Miré a mi alrededor, pero era un simple 

pasaje, que de descomunal nada tenía. Algo crecía dentro de mi, la voz se hacia cada vez 

más fuerte y constante, pero seguía sin encontrarle una cara.

Algo llamó mi atención al final del sendero. Había una banca, junto a un desgastado farol, 

y detrás de estos, una vieja pared de ladrillos, decorada con algunas enredaderas. 

Aunque estábamos en pleno otoño, la calle se encontraba inusualmente limpia, sin hojas 

caídas. Caminé a través de esta. Parecía ser que las casas, que llenaban de color la 

estrecha calle, se encontraban habitadas, pero nunca pude saber, ya que la voz no me 

dio permiso de distinguir otras ajenas a mi mente. Me senté en aquella banca. -¿Quien 

es?- Pregunté a la voz, pero está seguía repitiendo su determinado mensaje, aumentando 

su intensidad con cada segundo que transcurría. Estaba perdiendo la calma. Mis manos 

se agitaban y sudaban más de lo común. Las limpié con el borde de mi falda y respiré 

lentamente. Mi cuerpo me guío otra vez, hasta la entrada de una casa, que se encontraba 

al lado de la banca. Las rejas estaban abiertas, así que pase por ellas. El jardín de la casa 

estaba algo abandonado, o mejor dicho, sin manteción, pero aún así habían 3 árboles que 

brindaban gran sombra, pintados en las raíces por unas margaritas que al sol alababan. 

Súbitamente, el aire que me rodeaba se tornó denso y cálido. Sentí como si me ahogara, 

pero no por el insólito cambio climático, si no por el inusual impulso de gritar. Quería 

sacar todo lo que había oculto dentro de mi ser, pero sabía que la gente vendría 

preocupada a ver que sucedió. A unos pasos, surgía la puerta de entrada al lugar. Era 

una enorme puerta hecha de roble, con una pequeña insignia dorada. Sin titubear la abrí. 

Di unos pasos dentro de la casa, y la voz se silenció. -¿Hay alguien?- pregunté en voz 

alta, sin recibir respuesta alguna. Avancé a la primera habitación, era un salón. Se 

encontraba un sillón rojo, bastante sucio, a un lado de la habitación, y al otro, un televisor. 

Entre ambos una mesa de café, decorada con un ramo de flores bañado en polvo. Nada 

de extraordinario ahí, así que me dirigí al siguiente piso. Habían varias habitaciones, pero 

una puerta evocó un recuerdo de la infancia, que no fui capaz de retener. Entré por 

aquella puerta, y lo vi. Tendido sobre la cama, estaba el. Me vi, saltando y riendo sobre 

esa misma cama, a la edad de 7 años, la inocencia reflejada en el rostro. Junto a mi había 

un niño de similar edad, con cabello oscuro e inmensos ojos cafés. Me vi, sentada sobre 

esa cama, a la edad de 12 años, acompañada del mismo niño. Me dio algo especial, que, 

por lastima, en algún momento olvidé: un beso, uno real. Ahora, nos veo, el descansa 

sobre esa cama, rodeado de píldoras y con profundas marcas en los brazos, y yo, 

apoyada en el marco de la puerta. Seguía respirando, pero tan levemente que no había 

nada por hacer. Luego, su pecho se detuvo. Parecía sumido en un profundo sueño, pero 

sus bellos ojos abiertos lo negaban. Grité, grité como jamás lo había hecho, hasta que 

sentí que mi alma se desvaneció.

*

Un tiempo después, escuché las sirenas. Seguía apoyada sobre el borde de la cama. Uno 

se acerca y me toca por la espalda. Me di cuenta de que mis párpado estaban 

húmedos y pesados, probablemente lloré por un buen rato, pero debo haberlo olvidado. 

Me ayudaron a levantarme y quise irme, pero me detuvieron. Me llevaron a la habitación 

contigua y comenzaron a cuestionarme, pero negué todo. -No lo conozco, no recuerdo 

como llegué aquí. -repetía y repetía. En partes era cierto, no recuerdo como llegué hasta 

aquí, ni tampoco muchas cosas sobre el más que imágenes que circulaban en mi mente, 

como si hubieran sido un simple sueño. Pero había algo que no pude captar, aunque 

estuviera ahí, el mensaje me fue imposible de descifrar: su nombre. Al fin, después de 

una larga espera, me dejaron ir. Debían ser pasadas las 3:00, pero el hambre aún no 

ejercía un efecto en mi. Camine hasta mi auto, y conducí un buen rato. Me dirigí a mi 

hogar, que se encontraba vacío. No hallé nada que hacer, así que me dirigí a la cama. Mi 

vista se torno borrosa y el cuerpo estaba pesandome. Me vi hundida en un profundo 

sueño. -Banshee- dijo una voz en mi mente. Mis ojos se abrieron. Me levante rápido, 

como si la vida dependiera de mi velocidad. Mi auto se estacionaba afuera. 

Corrí, el instinto me empujaba y me veía presa de este. 

Sin darme cuenta, el motor se encontraba encendido, mis manos servidoras sobre el

manubrio y en mi rumbo estaba. Mis manos me conducían hacia un destino incierto.

Autor: JUNIO.

+ Las banshees ('alma en pena' o‘mujer de los túmulos’) forman parte del folclor irlandés. 

Son espíritus femeninos que, según la leyenda, se aparecen a una persona para 

anunciar con sus gemidos la muerte de un pariente cercano. Son consideradas hadas y 

mensajeras del otro mundo.

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