Despertó envuelta en llantos, asustando al marido que se
levantó veloz, grito con fuerza preguntando: ¿dónde estaba?, ¿qué le había
ocurrido?, ¿qué hombres malos se lo habían llevado?, ella había soñado algo
horrible. Yo nunca supe cual fue exactamente el sueño que tuvo esta mujer
perdida en los campos de un latifundista extranjero, nunca supe tampoco su
nombre.
Una vez en un bar un hombre me conto esta historia, dijo
que la mujer de la pesadilla había sido su esposa, muerta hace ya una década,
me conto que estuvo 40 años junto a ella, que tuvo 5 hijos, todos con la misma
mujer, pues nunca le fue infiel, o por lo menos eso me afirmo en esa noche de
cervezas y cigarrillos. Algunos hijos hoy viven en la capital, esa capital
temida por los campesinos, esa terrible capital que promete oportunidades de
trabajo, estabilidad económica, educación para los críos, mejor calidad de
vida. Esa capital discriminadora y contaminada por el germen del consumismo,
pero que sin embargo, en tiempos difíciles, llama, y llama con fuerza.
El hombre se
embriago después de la sexta o séptima cerveza. De un momento a otro se largó a
chillar. Le pregunte porque razón lloraba, el me contesto que había recordado
aquella tarde en que su tercer hijo se fue de la casa, dijo que desde ese día
todo en su hogar cambio. La mujer lloraba diariamente, rezaba todos los días,
el ambiente de tristeza y desolación se sentía en las paredes de la casa, cada
agujero les recordaba a su niño, a ese hijo terco que nunca obedeció.
Yo sentí pena por este hombre, pero al mismo tiempo me ataco una tremenda
curiosidad; quería saber que le había pasado al tercer hijo, quería conocer más
de esta historia. Por eso le dije al hombre que se desahogara en mí, que
contaba con este hombro para llorar y estos oídos para escuchar, el hombre termino
contándome sus recuerdos; dijo que el tercero de sus 5 hijos estaba muerto.-Él pensaba que los patrones eran malos y
que supuestamente nos explotaban-, -decía
que nos estaban robando, que nos estaban mintiendo-, yo siempre le dije que
no fuera estúpido, que trabajara tranquilo, que como se le ocurría decir eso de
que nos teníamos que tomar las tierras. Era un muchacho terco, en el fondo era
un buen niño, sólo que tenía malas amistades, sus amigos eran uno barbudos
desarreglados que le pasaban libros, un tal Carlos marzo o cosas así, yo sabía
que esos barbudos le metían mierda en la cabeza a mi muchacho, estos eran unos
flojos y la policía los perseguía, la verdad nunca entendí que era exactamente
lo que hacían, pero mi patrón los odiaba y con razón, estos querían robarle las
tierras que eran de él. Yo por lealtad al patrón tampoco quería a estos
barbudos cochinos, creo que se la debía, gracias a el yo tenía trabajo y comida.
El me daba 1 papa por cada 50 que cosechaba, me daba 1 litro de leche por cada
30 litros que ordeñaba, era un tipo noble, pero a julio, mi hijo, no le gustaba
esta relación. Me trataba de explicar cosas; que la tierra, que la producción,
que la comunidad, que los hijos del patrón y los hijos míos, en fin, muchísimas
cosas. En diversas ocasiones le dije que
se callara, que era un tarado, un flojo, un traidor, nosotros comíamos gracias
al patrón, pero el insistía en decirme que era al revés, que el patrón comía gracias a nosotros, lo cual era una estupidez,
ya que la tierra no era nuestra. Si él hubiese querido nos dejaba sin trabajo.
Una tarde como cualquier otra julio se estaba tomando el
café. Mientras tanto leía un libro de esos que le daban los barbudos. Yo no sé
leer, por eso nunca supe que mierda era lo que leía julio. Después de
terminarse la bebida caliente vi que estaban esos delincuentes, uniformados y
armados, Julio empaco una ropa, unos
libros y unos artículos personales, el hermano menor, Gabriel, le pregunto: --¿hacia
dónde vas?-- él dijo que iba a defender lo que tenía que defender, en ese
momento me abrazó y abrazó a su madre, nos dijo que nos quería mucho, que esta
decisión que tomaba era probablemente la más importante de su vida, dijo;-tengo que quería cambiar la historia, no
soporto más tanta injusticia-. Mi mujer lo agarró del brazo y le grito que
no se fuera. Pero Julio estaba decidido. Mientras tanto yo miraba esa escena,
sentí cómo una lágrima cayó por mi mejilla, me di cuenta que se me estaba
saliendo el llanto, mire a mi hijo con una mirada firme, cosa que viera mi
fortaleza, y para no mostrar ningún signo de debilidad, le dije:--vete, conviértete en un forajido, en un
ladrón, en un barbudo descuidado, traiciona al patrón, total, a mí ya no me
interesa lo que tu hagas--, di media vuelta y me fui, me encerré a llorar
en mi cuarto, luego mire por la ventana y vi como a mi hijo le entregaban un
fusil, le daban un uniforme, y le decían:-- “Bienvenido compañero”--.
Luego de hablar un rato sobre diversos temas este hombre
me dijo que lo único que le quedaba de su hijo era una hoja con algo escrito.
Me pidió que se la leyera en voz alta, pues él no podía. Esta decía así:
Estuve
en un lugar perdido en un momento de mi vida, un pueblo escondido en unas
tierras al sur del norte, al sur de ese norte desconocido, ese norte que llena
de esperanza a los sureños, ese norte que nos heredó la religión, las políticas
económicas y las doctrinas sociales.
Tan
noble fue ese norte que nos hizo el favor de civilizarnos, de enseñarnos
democracia y cultura. Eliminó ese cáncer marxista que nos acechaba, nos dio
cátedra de historia oficial y nos mostró cual es el camino hacia el progreso,
nunca nos aclaró para quien fue el progreso, y tampoco creo que lo haga, es
más, tampoco nos dirá para quien es el progreso futuro, de todas formas esto no
importa, el mundo y la historia olvidan con facilidad estos detalles.
Gracias
a estos vecinos la gente del sur va a misa cada domingo, y algunos van más
días. Si no fuera por ellos, los buenos vecinos, en el sur adoraríamos dioses
paganos como el sol, la luna y las montañas, ¿se imaginan?, menos mal llegaron
a enseñarnos la explotación del hombre por el hombre, a usar el útil concepto
de propiedad privada, de lo contrario seguiríamos trabajando en comunidad. Menos
mal nos mostraron el valor del dinero, de no ser así trataríamos la tierra como
si fuera una mujer, y peor aún, la madre de todos.
Este
pueblo sureño tiene que dar las gracias. A los conquistadores, a los virreyes y
a la encomienda, gracias por las tasas que jamás se cumplieron, gracias por la
libertad de mercado y la esclavitud de la persona, gracias por ocultar la
historia, gracias por prohibir, por fingir, gracias por mandarnos a esos
demócratas como Batista, Pinochet, Videla y Trujillo, gracias, gracias por
librarnos de esos falsos ídolos como el “che”, Allende, Sandino y Zapata.
Gracias
a ustedes hoy sabemos que la tierra tiene que estar dividida con líneas imaginarias,
y que la gente real se hace matar por mantener esas líneas ficticias, gracias a
ustedes hoy aceptamos que existan ricos y pobres.
A
veces como joven sureño me pregunto humildemente:
¿Era
necesaria tanta ayuda?
¿Requeríamos
de tantos favores?
La historia no está hecha para aceptarla. Hay que
estudiarla, analizarla y cambiarla.
Autor: Manuel Garcia
No hay comentarios:
Publicar un comentario