domingo, 14 de septiembre de 2014

El Cenicero

Me paseaba por la habitación, lentamente, observando los cuadros, preguntándome cuántos millones costaría cada uno. Todo parecía ser muy caro, nada que llamara mucho la atención, aunque me deba cuenta de que eran elegantes.
Llegué hasta un gran espejo y me observé, de pies a cabeza. Ordené mi melena roja y lisa con mis dedos largos y huesudos. Nunca me habían agradado. Estiré mi vestido mientras admiraba mi figura, larga y esbelta, tenía que estar perfecta después de todo. Siempre fui hermosa y lo sabía, era lo único que tenía y me aseguraba de sacarle el mayor provecho posible, hasta la última gota.
Después, cuando me echaba una última mirada, hubo algo que llamó mi atención, algo que brillaba. Me di la vuelta y caminé hasta el objeto. Era un cenicero de cristal. Cristal. Tenía una luz que lo enfocaba, su pequeña figura estaba llena de detalles, millones de esquinas que daban a caras tan mínimas que producían una galaxia de diminutas luces. Era hermoso, precioso, más aún, pero no podía encontrar una palabra que pudiera describirlo, sinceramente nunca creí que hubiese una.
Me di la vuelta, pensando que Él había vuelto. -Me había pedido que esperase mientras preparaba el dormitorio, yo sólo asentí.- Pero no se veía ni rastro de Él.
Volví a observar el cenicero, sentía una atracción tan grande hacia él, que sentí que enloquecía por unos segundos. Miré hacia la puerta, para asegurarme de que Él no venía y después tomé el cenizal en mis manos, estremeciéndome de placer, lo di vuelta, apreciándolo con extrema delicadeza, no quería soltarlo, pero no podía arriesgarme a ser descubierta, podría disgustarlo y eso era algo que no me podía permitir.
Lo dejé con cuidado en el pequeño montículo de seda, que parecía estar hecho para él, y lo acaricié una última vez para darme la vuelta definitivamente.
Caminé unos pasos, aburriéndome un poco, ¿Cuánto más se podría demorar? Suspiré exasperada. Quería terminar ya con todo esto.
La mayoría de las veces mi trabajo no me resultaba desagradable, pero cuando los clientes ya tenían su buena cantidad de años, el dinero era lo único que me motivaba.
Todo giraba en torno a él. Y yo había encontrado la manera de ganármelo.
Finalmente Él apareció por la puerta, con sus arrugas, canas y traje elegante. Me llevó a la habitación. Me acarició y tuve que reprimir las muecas de asco. Me miró fijamente y vi en sus ojos algo terrorífico. Intenté retroceder un poco, pero su mano se estiró rápidamente atrapando mi muñeca y de un tirón me lanzó contra la pared.  Me golpeé la cabeza y mi vista se nubló unos segundos, cuando intenté moverme, me apretó contra la muralla y procedió a hacerme lo originalmente planeado. Pero no fue normal, me hacía daño, quería hacerme daño.
En mi desesperación, se me ocurrió tirarle el pelo, Él cerró los ojos y por un segundo disminuyó la presión que ejercía sobre mí. Aproveché de pegarle en la entrepierna con mi rodilla, se dobló de dolor y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello, la verdad, creo que era así.
Sin saber qué hacer ni a dónde ir, llegué a la habitación en la que había estado previamente; acá no había ninguna puerta, me di la vuelta y mis ojos se encontraron con su aterradora figura, sentí que mi corazón latía tan fuerte que Él podía escucharlo.
Retrocedí lentamente, como si cualquier movimiento brusco fuera a desatar una ira irremediable. Con mis manos empecé a palpar hacia atrás en busca de cualquier cosa que pudiera usar para defenderme, pero Él empezó a avanzar hacia mí rápidamente con una sonrisa torcida que dejaba en mí una sensación de desnudez completa. Con pánico, agarré lo primero que toqué, por el rabillo del ojo me di cuenta de que era el mismo cenicero que había tomado antes.
Aquel viejo repugnante estaba tan solo a unos pasos de mí, encorvado y con las manos en forma de garras, como un animal. Frenó.
-Dulzura.- Susurró.- ¿Me tienes miedo? – Rió fuertemente, un sonido atronador que aún recuerdo a la perfección.- Deberías.- Dijo mientras la sonrisa desaparecía de su rostro siendo reemplazada por una cara vacía, muerta.
Avanzó lentamente la distancia que nos separaba y cuando se preparaba para atacar, le pegué con todas mis fuerzas, con el cenicero, en la cabeza.
Cayó pesadamente al suelo y yo no desperdicié ni un segundo, lo golpeé repetidamente hasta que sangraba.
Me enderecé para recuperar la respiración. Necesitaba calmarme. Tenía que salir de allí. Miré el cenicero, tenía una gran mancha de sangre. No podía perder tiempo. Corrí en busca de mis zapatos. Encontré la puerta. Paré un segundo. Abrí la puerta,  salí cerrándola de golpe. Y corrí.


Autora: Simona Wilson Avilés

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