lunes, 22 de septiembre de 2014

Cenicero

Los focos iluminan la plaza, ya casi completamente a oscuras. Siento el humo cálido bajar por mi garganta seca, lo mantengo un par de segundos en mi interior antes de dejarlo ir, lentamente. Una pequeña nube con olor a tabaco se mueve en la noche, alejándose de mi.

Mi banco queda en penumbra, amparado por un foco inútil de ampolleta quemada. Mi mirada está fija en el árbol a mi lado, con su corteza resquebrajada, de esas que ella no se resistía a tocar, a correr para rozar con los dedos. Se me escapa una media sonrisa furtiva.

Llevo nuevamente el cigarrillo a mis labios, buscando sentir tibieza entre ellos. Exhalo el humo amargo, sin sacarla de mi mente, sus pies descalzos y su boca fruncida al fumar.

Dejo caer la ceniza en el cenicero -esa gastada, abollada, oxidada caja metálica, que ni ella ni yo recordaremos el uso original- que rebosa de colillas y pitillos olvidados en la mitad de una conversación. ¿Cuáles serían de ella?¿Cuáles mias?. Me recorre una repugnante alegría infantil.

Se me encoge el corazón inevitablemente, con la mirada clavada en el maicillo. ¿Qué pisan sus pies de niña? ¿A dónde fue a perderse? Ya es tarde para averiguarlo.

-Mejor pensar en cosas más simples- Me digo.- Como a dónde se habrá ido el humo de tu tabaco.


Autor: Clara

No hay comentarios:

Publicar un comentario